Por estos días en la ciudad de Lincoln impera la anarquía en cuanto al tránsito de motos se refiere. No hay una hora establecida para el caos pero parece que luego de las 17 y hasta entrada la madrugada, conductores, muchas veces extremadamente jovencitos, en motos sin ninguna condición para ser conducidas, en la mayoría de los casos, (sin luces, escapes libres, a veces tipo esqueletos, sin cascos, sin patentes) se adueñan de las calles convirtiéndose en grupos de alto riesgo.

Y digo de alto riesgo porque su vida no sólo depende de lo que Dios le depare a ellos, sino porque además depende de lo que nos depara a nosotros.

Llamar a la policía suele ser mi recurso cuando las picadas aumentan en el acceso García Tuñon. Sin embargo, varias veces y luego de ser escuchada, obtengo las mismas y resignadas respuestas:

1) No podemos hacer nada señora, los paramos y vienen los padres y nos pelean (creíble si vemos que menores son subidos a un arma mortal evidentemente con el consentimiento o habilitación de sus progenitores);

2) No podemos seguirlos porque pueden caerse y seremos responsables (incontables ejemplos de comisarías y municipios tomados y quemados por hacerlo)

3) Estamos trabajando en el tema motos, y en estos momentos está el móvil en el hospital (triste final, se llegó tarde).

Y así transcurren los días y los meses, motos que toman el ancho de las calles; motos que carretean cuadras haciendo willy; motos que transitan con conductores cual palomas recostados en los asientos; motos que pistean en calles y accesos de nuestra ya no tan apacible ciudad.

Creo que la solución es posible, pero que sin el involucrarse y la responsabilidad de todos los actores, el cambio de paradigma no llegará y largas y anunciadas crónicas se seguirán describiendo en la opinión pública local.